PERSONA & DIGNIDAD

Los que no cuentan... ¡Pero también son Dignos!

EDITORIAL No. 1

El aborto y la eutanasia son hoy las dos iniciativas que más atentan contra la dignidad y la vida humanas, seguidas por los ataques frontales al auténtico amor humano, al matrimonio entre un hombre y una mujer, y a la institución familiar. Con ellas se quiere “deconstruir”, es decir, destruir desde los cimientos, la institucionalidad civilizada que la humanidad ha alcanzado como una de sus más altas cotas. Institucionalidad que recoge los valores y las tradiciones comunes de todas las culturas que mejor configuran nuestra humanidad común: el amor, el matrimonio y la familia, como ejes y conformadores de lo social, es decir, de un cuerpo de relaciones organizadas, no sólo entre individuos, sino entre sujetos colectivos, que son las que ordenan la institucionalidad.

Pero no nos vamos a adentrar ahora en un análisis sociológico, aunque sería muy necesario y bastante iluminador. Sólo vamos a señalar un hecho, ya bastante nefasto: hemos registrado en este blog diversas informaciones relativas al aborto, porque realmente es un drama. Cada minuto se pierden cientos de vidas humanas de niños no nacidos, en el mundo entero. Vidas reales y dignas todas y cada una de ellas. Vidas de personas a las que no se les ha permitido desarrollarse y vivir, pese a haber sido concebidas.

En la lucha por defender la vida y la dignidad de la Persona Humana, se esgrimen bastantes hechos y argumentos. Muchos de ellos son ilustrados con anécdotas, como aquella que narra la famosa respuesta del gran genetista francés Jerôme Lejeune, al proabortista Monod: en un debate televisivo, luego de plantearle si el noveno hijo de una mujer que ha tenido otros con retraso mental, amén de serias y diversas dificultades y de la sífilis paterna bajo la cual fue concebido, debía ser abortado, aquél respondió –como era de esperarse– que sí, que debía abortarlo; Lejeune entonces dijo: “Pues acaba usted de asesinar a Beethoven”.

Para Lejeune, que dedicó su vida a estudiar el Síndrome de Down, y a evitar la muerte mediante la condena a un aborto seguro de quienes lo padecen, la respuesta era natural, lógica y evidente, como lo es para cualquier persona con una conciencia ética sobre el valor y la dignidad de la vida y de la persona humana. Pero la sensibilidad actual, que se dice pacifista y se duele de la tala de un árbol o del maltrato a un animal, no comparte este criterio cuando se trata de una vida humana. Cuando va el aborto de por medio, la prioridad no es la vida sino el liberalismo individualista que se disfraza de “derechos” para soslayar las responsabilidades y legitimar la irresponsabilidad, en nombre de la libertad individual.

Pues bien, ante estas respuestas, y ante la gran cantidad de testimonios de distinguidas y reconocidas personalidades que cuentan cómo el coraje de sus padres o de su madre les salvó de morir abortados, los “liberacionistas” no se mueven ni se conmueven un ápice. ¿Invalida o demerita esto en algo su testimonio? No, por supuesto; y lo que corresponde hacer es seguir sumando y haciendo resonar las voces de quienes, gracias a un acto de conciencia y de lucidez por parte de sus progenitores, se libraron de la muerte.

Pero así mismo, en honor a la memoria y a la dignidad de quienes no pudieron salvarse, a aquellos cuyos padres o cuya madre no supieron cómo afrontar su situación –y a quienes aquí no vamos a juzgar–, debemos otorgarles, es decir, reconocerles, un rostro y una voz, porque aunque tan sólo fuera por un breve instante, fueron llamados a la vida, fueron personas, vivieron. Los que no nacieron también son personas y tienen dignidad, del mismo modo que lo son y la tienen los que habiéndose salvado del aborto, no han correspondido al don de la vida ni han vivido a la altura de su dignidad.

A todos éstos hay que darles un rostro y una voz: a los primeros, para que su sacrificio no haya sido en vano y les recuerden a quienes sólo piensan en sí mismos que la vida sólo puede ser vivida y tiene sentido en función de los otros; a los segundos, para que reconociendo el don inestimable del que son depositarios, se conviertan literalmente en personas agradecidas y en ardientes defensoras del mismo. A todos los que no cuentan, para que se sumen a la lucha por la dignidad de la vida y de la persona humana.

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