Valores tradicionales de la familia
Por Moriah Mosher
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Moriah Mosher |
¡Buenas tardes, a todos! Quiero agradecer a los organizadores de este Foro por darnos la oportunidad de reunirnos y discutir el futuro. Creo que es importante y me siento muy emocionada de estar aquí.
El tema sobre el que me voy a referir trata de “Los Valores Tradicionales de la Familia”. Ahora, debo reconocer que tuve algunos inconvenientes para escribir este discurso. Los valores se “aprenden no se enseñan”, como decimos en Estados Unidos. Por lo tanto, es difícil convertir estos valores en palabras. ¡Pero lo intentaré!
Estoy segura que la mayoría ha visto recientemente alguna película de Hollywood, y probablemente, creerán que los norteamericanos no tienen “valores tradicionales de familia”. Piensan que el compromiso en Estados Unidos es en la segunda cita. Que las parejas viven juntas. Que aquellos pocos que se casan, rápidamente se divorcian. Que la mayoría de los hijos estadounidenses nacen en hogares disfuncionales. Podrían creer que la mayoría de jóvenes están muy ocupados manifestándose contra Wall Street, y muy poco preocupados por su educación o por trabajar?
Estas pueden ser escenas propias de una película de Hollywood, pero no es Estados Unidos. No es aquel país que yo conozco, y decenas de millones de gente también. En este otro Estados Unidos, aquel del cual no escuchan mucho, los padres si les enseñan a sus hijos los valores tradicionales de familia. Tal cual me lo inculcaron mis padres.
Entonces ¿cómo se educa en una familia norteamericana tradicional? ¿Qué valores familiares trataron de inculcar mis padres en mí? Déjenme contarles parte de mi historia personal.
Todos comenzamos como un pensamiento de Dios y le estoy muy agradecida a él por formar parte de mi familia. Una familia en la que mi padre y mi madre están totalmente comprometidos el uno con el otro de por vida, en una relación basada en el amor. Nunca ha pasado por mi mente alguna duda sobre esto, nunca se me ha cruzado por la mente que mis padres pudieran separarse, nunca se ha mencionado la palabra “divorcio”. Siempre ha sido una relación marcada por el “hasta que la muerte nos separe”.
Nací en lo que se llama una “familia normal”, con un padre y una madre y sus hijos. Gracias a ellos he “aprendido” a valorar la institución del matrimonio. Quiero este valor de familia para mí y mis hijos. Debido a que mis padres están abiertos a la Vida, entendí intuitivamente, la santidad de la vida, la necesidad de proteger al más débil entre nosotros –los hijos por nacer, los infantes, los niños y los ancianos– y ponerlos a salvo del peligro del aborto, del abuso y de la eutanasia respectivamente.
En nuestros primeros años, mi hermano y yo fuimos educados en casa. Sé que puede sonar raro para algunos de ustedes, pero en los Estados Unidos, es muy común. Según la Asociación de Defensa de la Educación en el Hogar (“Home School Defense Association”), siete millones de niños son educados en el hogar y más de diez millones van a colegios privados, cristianos o católicos en los Estados Unidos. El estado no monopoliza la educación de los jóvenes. Los padres son los primeros y mejores educadores de sus hijos, no obstante fuera del hogar, muchos optan por los colegios públicos.
Cada familia tradicional es una escuela de amor, vida y virtud. Al crecer, mis padres insistieron en que se mantenga una rutina diaria regular. Levantarse, asistir al colegio, obtener buenas calificaciones, llegar a casa y realizar los quehaceres, terminar las tareas, reunirse con la familia a la hora de la comida y ayudar a lavar y ordenar. Sólo después de cumplir con nuestras obligaciones podíamos relajarnos y disfrutar de nuestro tiempo libre. Es a partir de esas buenas prácticas que se forman los buenos hábitos y sobre estos se forja el buen carácter.
Sobre éste punto me quiero referir a nuestra ética laboral. Debido a que mis padres querían vivir en el campo, compraron una pequeña granja en Virginia del Norte, donde vivimos hasta el día de hoy. Durante mi infancia tuve la oportunidad de realizar diferentes labores domésticas: césped que podar, vacas que alimentar, cercas que reparar, basura que botar, y así sucesivamente. Lo más probable es que me haya quejado de estas tareas cuando era más joven, de hecho, estoy segura que lo hice, sin embargo estoy muy agradecida. De ellas he aprendido una ética laboral que me ayudará a tener éxito en todo lo que intente en la vida. Los valores tradicionales de la familia exigen el respeto hacia los demás, especialmente para los mayores que son los depositarios en vida de valores aprendidos. Me enseñaron a respetar no sólo a mis padres y abuelos, sino a todos los mayores. Por supuesto, que en su momento cuestioné la actitud de mis padres y discutí con ellos.
Obedecer las enseñanzas de mis padres sobre no mentir, no engañar, no robar o no herir a otros, en general, se hicieron más fáciles cuando fui creciendo, pero honrar a mis padres obedeciéndolos fue más difícil. Cuando era una niña, no me gustaba dar marcha atrás, era testaruda y muy obstinada. Entonces, cuando entré a la adolescencia, empecé a ver muchas series en la T.V. Los adolescentes en esos espectáculos eran siempre rebeldes, irrespetuosos y groseros con sus padres, y estuve tentada a hacer lo mismo utilizando los medios de comunicación para justificar mis acciones. Pero, con el tiempo, aprendí a mostrar más respeto y debido a la constancia fui asimilando estos valores de manera natural.
El perdón fue otro valor clave que mis padres nos enseñaron a mis hermanos y a mí. Con ocho hijos en la misma casa, en ocasiones nos peleábamos. Normalmente yo estaba en el centro de estos conflictos. Durante estas rencillas, mis padres nos corregían, amonestándonos por pelear y pidiendo que nos disculpáramos: “Estaba equivocado”. “Lo siento”, “Por favor, perdóname”, fueron las frases más empleadas.
Cuando me negaba a disculparme, como solía hacer cuando todavía estaba con la bronca encima, me enviaban a mi cuarto hasta que me calmara. “Sal sólo cuando estés lista para disculparte”, me decía mi papá. Recuerdo estar parada frente a él de manera desafiante, con los brazos cruzados y la mandíbula bien apretada, debo haber tenido alrededor de diez años.
Mis padres lucharon día tras día contra mi terquedad. Mi padre parecía tener una cantidad infinita de paciencia. Sin embargo, finalmente lo conseguí. El foco se encendió. Empecé a pedir disculpas a mis hermanos y a aceptar sus disculpas sin la intervención de mis padres. Aprendí de mis más importantes profesores, mi padre y mi madre, en la escuela de los valores tradicionales de familia, a controlar mi temperamento y a evitar las peleas.
Con otros valores tradicionales tuve menos problemas, como la necesidad de decir siempre la verdad y el respeto a la propiedad ajena. Me dijeron que nunca mintiera y robara. Casi nunca lo hice, ya que la verdad de estos valores me parecía ser evidente. Lo veo claro hoy como lo veía cuando era más pequeña que robar y mentir simplemente es un error. Creo que estos y otros valores tradicionales están escritos en el corazón humano. Sin duda, ellos fueron inscritos en mi corazón.
Había otros valores tradicionales de la familia que me enseñaron mis padres. De mi madre aprendí el amor, la empatía y la amabilidad hacia los demás. De mi padre he aprendido la humildad, la abnegación y el dominio propio.
Para terminar, me gustaría dirigirme a aquellos que no han crecido dentro de una familia tradicional.
Quizás has aprendido la importancia de los valores tradicionales de la familia de una manera difícil, por la adversidad o por una equivocación. Quizás aprendiste de la importancia del matrimonio cuando tus padres se divorciaron. O del valor inapreciable de la Vida porque alguien cercano a ti murió o tuvo un aborto. O tal vez, en esta época de matrimonios rotos o disminución de las tasas de natalidad, no tienes un padre, una madre o hermanos y hermanas.
Al mismo tiempo, comprendes que tales valores son importantes para una buena vida y deben ser parte integral de nuestro carácter, sin importar la manera cómo haya llegado este mensaje a tu vida. Creo que se debe a que existen algunos valores, principalmente aquellos que están establecidos en los Diez Mandamientos, que también están escritos en el corazón humano.
Si te estás sintiendo excluido, recuerda esto: Cada persona tiene múltiples oportunidades para ser parte de una familia tradicional. Puede ser la familia donde naciste, la familia que formarás después de casarte o las familias que tus hijos tendrán cuando se casen.
Incluso si no naciste dentro de una familia tradicional, tienes la oportunidad de formar una en el futuro y difundir estos valores tradicionales. Espero que tengas esa posibilidad. He sido bendecida por nacer en una familia tradicional abierta a la vida. Me encantaría que experimentes las bendiciones de pertenecer a esta clase de familia también, y de los valores tradicionales que encarnan.
Sin importar como recibas los valores tradicionales de familia, es importante difundirlos, a los amigos, a los miembros de la familia y a tus futuros hijos. Aquellos que practicamos estos valores y los transmitimos a otros estamos formando generaciones futuras con las herramientas dadas por Dios, necesarias para construir un futuro mejor.
Gracias.
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