El miedo del laicismo radical al diálogo con la razón
Manuel Cruz, analista político
Publicado por
Análisis Digital, España.
Como era de esperar, a los medios laicistas apenas les han importado los discursos del Papa en Santiago y Barcelona sobre la vida, la familia, la dignidad humana, los inmigrantes o la atención a los más desfavorecidos. Les ha gustado mucho más dedicar su atención a los morreos provocadores de gays y lesbianas para situar en el mismo nivel a seguidores y detractores del Papa y de la doctrina cristiana. Mucho más aún les ha entusiasmado sacar de su contexto las alusiones del Papa en el vuelo de Roma a Santiago, al viejo choque entre fe y modernidad y al resurgimiento del laicismo agresivo como ya se vió en la década de los años treinta…
O sea, han querido situar al Papa en la confrontación en lugar de entender que hablaba de diálogo de la fe y la razón con laicidad, una vez admitida la existencia de ese nuevo clima anticlerical y secularista. Es curioso cómo la verdad escuece a quien ni siquiera quiere reconocerla. Pero, en fin, allá ellos. Lo que llama la atención es la resistencia de ese laicismo a responder a la llamada del diálogo. La razón es sencilla: si el laicismo –agresivo o simplemente activo- tiene miedo al diálogo es porque está desprovisto de argumentos.
La mediocridad intelectual de estos nuevos “deconstructores” de la sociedad les impide ver más allá de su comodidad mental, lo cual no significa que no cuenten con poderosos dirigentes políticos y sociales, encumbrados en las más altas instituciones mundiales y señalo de manera concreta a las Naciones Unidas y sus distintos organismos culturales, sanitarios y hasta económicos. Pero fijémonos un poco en España, que la tenemos más cerca, como prototipo de ese laicismo agresivo del que hablaba el Papa y que refleja la nueva ideología adoptada por el socialismo, una vez desprovisto de sustento tras la caída del muro de Berlín.
Hay quien pretende que existe un proyecto de gobierno mundial promovido desde las secretas deliberaciones del Club de Bildeberg o los nuevos “iluminati” de corte masónico-protestante que aspiran a convertir a los ciudadanos del mundo en dúctiles votantes tan solo preocupados de satisfacer sus instintos, sin ninguna cortapisa moral. Pero no es necesario apelar a estas utopías insertas en la globalización, más o menos fantasiosas, para comprobar hasta qué punto toda la llamada a la razón o al diálogo, choca frontalmente con ese laicismo que tiene ya perfectamente perfiladas sus coordenadas ideológicas.
En nuestro país, es evidente que el encargado de aplicarlas, fuera de todo consenso, está siendo el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, empeñado en cambiar la sociedad con el pretexto de buscar la felicidad de los ciudadanos por lo que considera la vía más directa: el disfrute del sexo. El programa, fundamentado en las resoluciones de las conferencias de Pekín y El Cairo promovidas por la ONU para controlar la población so pretexto de la igualdad hombre-mujer, empezó con la imposición del “matrimonio” homosexual.
El Gobierno podía haber buscado un nombre para la unión de parejas del mismo sexo, pero impuso de manera deliberada el de “matrimonio” porque, a medio plazo, su objetivo es destruir la familia, considerada en esa primera conferencia de Pekín como un invento cultural impuesto por tradiciones morales contrarias a la libertad. El feminismo radical, que es en el fondo la nueva ideología del laicismo, es consciente de que la familia digamos “natural”, es el vivero de la pervivencia de una tradicional forma de transmisión de valores contrarios a la nueva doctrina. Así, pues, era necesario destruir el matrimonio entre hombre y mujer para dar paso al de parejas homosexuales como un primer paso, que pronto sería seguido por la imposición de la Educación para la Ciudadanía, como segundo pilar indispensable.
Se trata, pura y simplemente, de educar desde la infancia en una visión del género que destruye el concepto mismo de varon-mujer para que cada cual oriente su afectividad sin ninguna cortapisa moral que pudiera recibir en el seno de la familia. Así se puede “elegir” el sexo más allá de la propia naturaleza: lo importante es dar rienda suelta a los instintos a una edad en que no están claramente definidos. Para rematar la faena, era necesario destruir la noción misma del ser humano mediante la imposición del aborto como un derecho, acompañado de un reglamento que impone abiertamente, la “educación” sexual desde perspectivas de “igualdad” que, en el fondo, estimulan la homosexualidad y, sobre todo, la busca del placer sexual a partir de la misma infancia. Todo ello acompañado de una “deconstrucción” de la conciencia como juez último del comportamiento humano: la ley sustituye la moral y, por tanto, las convicciones más íntimas de cada persona.
Pues bien, todo esto, como la desaparición del libro de familia y la elección indistinta de apellidos en el momento de la inscripción en el registro civil, se ha hecho sin consenso, sin diálogo con la sociedad. Ha bastado una exigua mayoría de la izquierda sexualizada y laicista en el Congreso para imponer estas leyes antinaturales, en contra de criterios jurídicos, sociales y científicos, muchos de ellos expuestos en manifiestos públicos. De haber mediado un mínimo diálogo, los laicistas habrían tenido que echar mano de argumentos sólidos además de verse obligados a escuchar otra visión contraria a sus proyectos. No ha sido así y todo ha quedado, de momento, en el Tribunal Constitucional gracias a que la oposición política ha recurrido las leyes aprobadas.
Por supuesto, la voz de la Iglesia, de la sociedad civil, ha sido marginada so pretexto de que España es “aconfesional”. Y no deja de ser curioso que nuestro Gobierno tan reacio al diálogo, no haya tenido miedo alguno a negociar con los terroristas de ETA, acaso porque, como marxistas, son unos aliados en potencia del socialismo en el poder. Pero no hay que cerrar los ojos a la realidad. Si el Gobierno se ha atrevido a imponer unas leyes antinaturales ha sido porque ha contado con la complicidad de buena parte de una sociedad que ya está domesticada por la “felicidad” del paraíso terrenal que se viene construyendo desde el relativismo y en el que se encuentran muchos votantes de la propia derecha.
Ahí se sitúa, como contraste a sus recursos ante el TC, esa prioridad que el Partido Popular está dando a la economía como arma electoral en lugar de fajarse en la destrucción de valores que, en definitiva, son los que ha cimentado la cultura civilizadora que nos trajo el cristianismo hace dos mil años. Conclusión: miedo al diálogo, si, pero osadía sin límites ante un mensaje moral que refuerza el valor de la vida, la familia y la conciencia, el gran frente que el laicismo agresivo considera el enemigo a abatir. Se explica así la ausencia de Zapatero en los actos en los que ha intervenido el Papa, acaso para no “contaminarse” con argumentos que dejan sin fundamento su proyecto de ingeniería social.
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